Porfirio Díaz, de héroe a villano

CDMX/AlmomentoMX. El 2 de julio de 1915, hace 104 años, en la ciudad de París, Francia, moría en el exilio el general Porfirio Díaz, lejos del país cuyo destino dirigió por más de treinta años.

Don Porfirio (José de la Cruz Porfirio Díaz Mori), que dio su nombre a una época de nuestra historia, nació en Oaxaca en 1830 en una humilde familia mixteca.

Huérfano de padre desde los tres años, Porfirio Díaz ingresó en el Seminario de Oaxaca para seguir la carrera eclesiástica, pero pronto cambió de opinión. Cursó luego estudios de leyes en el Instituto de Ciencias y Artes, donde fue discípulo del futuro presidente liberal Benito Juárez, quien impartía derecho civil; en adelante sería seguidor suyo en lo político.

El Instituto fue clausurado por orden del presidente Santa Anna en 1854. Ese mismo año intervino en la Revolución de Ayutla y apoyó al general Juan Álvarez para derrocar a Antonio López de Santa Anna.

Poco después, Porfirio Díaz ingresó en el ejército, y su carrera militar fue meteórica. En la guerra de Reforma (1858-1861), conflicto civil en el que se enfrentaron conservadores y liberales, apoyó la causa liberal. La guerra concluyó con la victoria de los liberales y llevó a la presidencia a Benito Juárez (1861); finalizada la contienda, Porfirio Díaz fue ascendido a general y elegido diputado.

Apenas un año más tarde tomó de nuevo las armas contra la invasión francesa (1862-1863) y la coronación de Maximiliano I (1864-1867) como emperador de México. Fue jefe de brigada en Acultzingo en abril de 1862 y ese mismo año participó en la batalla de Cinco de Mayo al lado de Ignacio Zaragoza. En 1867 protagonizó una brillante acción militar en Puebla: tras sitiar la ciudad, realizó un asalto sangriento y rápido contra las tropas del emperador Maximiliano, que se refugiaron en los cerros de Loreto y Guadalupe. Sin perder tiempo, avanzó hacia la capital de la República y la tomó el 2 de abril de 1867, hecho que fue de gran trascendencia militar, pues adelantó la caída del Imperio de Maximiliano y el triunfo de Juárez.

El prestigio y popularidad ganados en esta última campaña lo dejó en situación de optar a la presidencia; pero el Congreso prefirió a Benito Juárez en 1867 y lo reeligió en 1871. En noviembre del mismo año Porfirio Díaz lanzó el llamado Plan de La Noria, en el que se pronunciaba contra el reeleccionismo y el poder personal y a favor de la Constitución de 1857 y de la libertad electoral; la sublevación fracasó y Díaz hubo de abandonar el país.

Juárez falleció en 1872, y una amnistía concedida entonces permitió a Díaz regresar a México. Tras la muerte de Juárez, la presidencia recayó en Sebastián Lerdo de Tejada. Cuando en 1876 Lerdo de Tejada anunció su propósito de presentarse a la reelección, Porfirio Díaz se rebeló de nuevo (Plan de Tuxtepec); esta vez consiguió expulsar a Lerdo de Tejada y accedió a la presidencia.

Un año después, en 1877, el Congreso lo declaró presidente constitucional. En este primer mandato (1876-1880), Porfirio Díaz fue coherente con las ideas que había defendido: impulsó una reforma de la constitución en la que se introdujo el veto expreso a las reelecciones presidenciales consecutivas, y, concluido su periodo, pasó el testigo al general Manuel González (1880-1884). Durante el gobierno de González fue ministro de Fomento y gobernador de Oaxaca.

Finalizado el mandato de González, Porfirio Díaz presentó de nuevo su candidatura a la presidencia (la constitución sólo vetaba las reelecciones consecutivas) y salió elegido. Tomó posesión del cargo el 1 de diciembre, y tres años más tarde promovió una enmienda, que fue aprobada por el Congreso, al artículo 78 de la Constitución, la cual le acreditaba para una nueva reelección; en 1890 promulgó una nueva reforma de dicho artículo para hacer posible la reelección indefinida, lo que le permitió permanecer en el poder hasta 1911.

Todo ello fue posible porque Porfirio Díaz, ejerciendo su poder omnímodo, había ido reduciendo las instituciones políticas liberales a una mera farsa democrática: ordenó la eliminación de todos los adversarios políticos posibles, y la prensa fue sometida o perseguida cuando intentaba mantenerse independiente. Puede afirmarse que, a partir de 1890, Porfirio Díaz gobernó al margen de la Constitución, y prescindió de la división de poderes y de la soberanía de los estados. El Congreso, sumiso a sus deseos, modificaba las leyes según sus caprichos y le confería facultades extraordinarias a su conveniencia; existía un partido único y los sufragios eran puro trámite.

El pueblo mexicano estaba hastiado del desorden y la guerra, y Díaz se propuso imponer la paz a toda costa. México no contaba con fondos ni tenía capacidad crediticia porque no había pagado sus deudas con puntualidad, así que había que atraer al capital extranjero; el problema era que nadie invertiría en México si no había estabilidad y paz. Con una política de mano dura, Porfirio Díaz trató de eliminar las diferencias de opiniones sobre asuntos políticos, y se dedicó a mejorar el funcionamiento del gobierno. “Poca política y mucha administración” fue el lema de aquel tiempo.

La paz no fue total, pero Díaz consiguió mantener el orden mediante el uso de la fuerza pública. Policías y soldados persiguieron lo mismo a los bandoleros que a los opositores. Gracias a esa nueva situación de estabilidad, aumentó la demanda de trabajo y se hizo posible el desarrollo económico; el país contaba con recursos y los empresarios podían obtener buenas ganancias.

Sin embargo, con el paso del tiempo se hizo evidente que la prosperidad era sólo para unos pocos. Creció el descontento por la miseria en que vivía la mayor parte de la población, y amplios sectores sociales tomaron conciencia de que Díaz llevaba demasiado tiempo en el poder. Cada vez fue más difícil mantener el orden: en los últimos años del Porfiriato reinó un clima de represión en el que la fuerza de las armas se utilizaba con violencia creciente. De ello dan muestra la torpeza con que se negociaron y la dureza con que se reprimieron las huelgas de Cananea (1906), en Sonora, y de Río Blanco (1907), en Veracruz, así como el modo en que se persiguió a los periodistas que criticaban al régimen y a cualquiera que manifestara una opinión que no fuese la oficial.

Logros e injusticias

Durante el dilatado mandato de Porfirio Díaz se realizaron obras importantes en varios puertos, y se tendieron 20.000 kilómetros de vías férreas. Las líneas de ferrocarril se trazaron hacia los puertos más importantes y hacia la frontera con los Estados Unidos de América para facilitar el intercambio comercial. También sirvieron para facilitar la circulación de productos entre distintas regiones de México, y como medio de control político y militar. El correo y los telégrafos se extendieron por buena parte del territorio nacional. Se fundaron algunos bancos, se organizaron las finanzas del gobierno, se regularizó el cobro de impuestos y, poco a poco, se fueron pagando las deudas. De gran significación fue la recuperación del crédito nacional en el mundo entero; la hacienda pública registró sobrantes por primera vez desde la independencia.

Se fomentó igualmente la explotación de los recursos petrolíferos del país mediante inversiones extranjeras, inevitables al no contarse con los recursos económicos y tecnológicos para emprender perforaciones e instalar refinerías. Se reanudó y mejoró asimismo el laboreo de minas, y la minería vivió un periodo áureo: en 1901 México era el segundo productor de cobre en el mundo. La industria textil se desarrolló con capital francés y español y favoreció el establecimiento en el país de poderosas instituciones financieras francesas; en los estados de Puebla y Veracruz se construyeron grandes fábricas de hilados y tejidos. Puede hablarse también de una era de prosperidad en la ganadería y en la agricultura, que progresó espectacularmente en Yucatán, en Morelos y en La Laguna, con vastas producciones de henequén, caña de azúcar y algodón.

México tuvo un crecimiento económico nunca visto, pero, como poca gente tenía dinero para invertir o podía conseguirlo prestado, el desarrollo sólo favoreció a unos cuantos mexicanos y a los extranjeros. Los capitales foráneos, principalmente estadounidenses, pudieron cobrar la deuda externa, pero también se hicieron con el control del petróleo y de la nueva red ferroviaria con sus inversiones. La desigualdad entre los muy ricos, que eran muy pocos, y los muy pobres, que eran muchísimos, abrió una profunda brecha en la sociedad mexicana. El despojo de las tierras a los campesinos indígenas en favor de los grandes latifundistas nacionales y extranjeros fue sistemático; se formaron así enormes latifundios, los indígenas perdieron muchas tierras, y la mayor parte de los habitantes del campo tuvieron que ocuparse como peones en las haciendas.

Con todo, se hicieron grandes esfuerzos por extender la educación pública (si bien con mayor atención a las ciudades que al campo), lo que permitió que se educaran más niños; cada vez más mexicanos pudieron seguir estudios superiores y se empezó a formar en todo el país una clase media de profesionales y empleados públicos. Se enriqueció la vida cultural con nuevos periódicos, revistas y libros escritos e impresos en México; los teatros presentaban compañías y actores europeos, y se extendió el cinematógrafo. La vida intelectual tuvo hitos importantes. Justo Sierra inauguró la Universidad Nacional. José María Velasco plasmó en cuadros maravillosos el esplendor del paisaje mexicano; Saturnino Herrán pintó una impresionante serie de cuadros con gente del pueblo y con alegorías a la mexicanidad, y José Guadalupe Posada logró vigorosos grabados con escenas de la vida diaria.

Del Porfiriato a la Revolución Mexicana

En 1908, Porfirio Díaz concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, en la cual afirmó que México ya estaba preparado para tener elecciones libres. La noticia llenó de optimismo a una nueva generación que quería participar en la vida política de la nación. Surgieron así varios líderes y partidos políticos, y se escribieron libros y artículos que discutían la situación del país y la solución de sus problemas.

Uno de esos líderes fue Francisco I. Madero. Había estudiado y viajado fuera de México, pues venía de una familia de hacendados y empresarios, y no tenía dificultades económicas. Madero fundó el partido Antirreeleccionista, del que se postuló candidato; después se dedicó a viajar por todo el país para explicar sus ideas políticas, algo que no se veía desde los tiempos de Juárez. Madero se hizo muy popular y despertó grandes esperanzas de cambio.

Pero el éxito de su campaña lo convirtió en un peligro para el gobierno de Porfirio Díaz, y poco antes de las elecciones de 1910 fue detenido en Monterrey y encarcelado en San Luis Potosí. Allí recibió la noticia de que Díaz, una vez más, había sido reelegido para la presidencia. Mediante el pago de una fianza salió de la cárcel, aunque debía permanecer en la ciudad. Sin embargo, a principios de octubre Madero escapó a los Estados Unidos de América, donde proclamó el Plan de San Luis.

En ese documento, Madero denunció la ilegalidad de las elecciones y desconoció a Porfirio Díaz como presidente. Se declaró él mismo presidente provisional, hasta que se realizaran nuevas elecciones; prometió que se devolverían las tierras a quienes hubieran sido despojados de ellas, y pidió que se defendiera el sufragio efectivo y la no reelección de los presidentes. También hizo un llamamiento al pueblo para que el 20 de noviembre de 1910 se levantara en armas y arrojara del poder al dictador.

El ejército de Porfirio Díaz, que había mantenido la paz durante décadas, parecía muy fuerte, pero en realidad era débil frente al descontento general. En sólo seis meses las fuerzas maderistas triunfaron sobre las del viejo dictador. La acción definitiva fue la toma de Ciudad Juárez por los revolucionarios Pascual Orozco y Pancho Villa, que se habían unido a Madero. En esa misma ciudad, en mayo de 1911, se firmó la paz entre el gobierno de Díaz y los maderistas. Porfirio Díaz renunció a la presidencia (que pasó a ocupar Francisco I. Madero tras ganar la elecciones) y salió del país rumbo a Francia.

Porfirio Díaz en el exilio

El 20 de juniode 1911, el barco Ypiranga arribó finalmente al puerto El Havre, Francia. Ahí ya esperaban a díaz algunos miembros del gabinete francés y compatriotas mexicanos como Sebatían Mier y Miguel béistegui, Luis Riba, Miguel Yturbe, José Vega Limón. Y el ministro de México. En Bélgica, federico Gamboa.

Díaz pasó su primer noche en la casa de don Eustaquio Escandón ubicada en la avenida Víctor Hugo 30.

El 31 de diciembre Porfirio díaz celebra eñ fin de año junto con Escandón en un café de Campos Élysées junto con la cantante de ópera Lina Cavalieri.

El 28 de febrero de 1912, Díaz escribe unacarta el ingeniero Enrique Fernández castelló en donde le escribe: “Ahora siento no haber reprimido la revolución. Tenía yo armas y dinero, pero ese dinero y esas armas eran del pueblo, y yo no quise pasar a la hiostoria empleando el dinero y las armas del pueblo para contrariar su voluntad con tanto más razón cuanto podía atribuirse a esgoísmo”.

El 3 de abril de ese mismo año, don Porfirio y su esposa Carmen Romero Rubio son invitados a un banquete en su honor en el Palacio de Oriente de Madrid, España presidido por el rey de españa, don Alfonso de Borbón.

El 14 de ebnero de 1903 Por firio Díaz y su esposa, y también los hermanos de doña carmen parten hacia El Cairo, Egipto.

El 18 de marzo de ese mismo año, Díaz llega a Roma y se hospeda en el hotel bristol. El día 22 de ese mes, díaz concede una entrevsta en el hotel en donde dice que “anhela con todo el alma la paz para su país”.

Parte 1915, la salud del general Díaz epeora y el 29 de abril, Carmen Romero escribe en una carta dirigida a maría Caña que por el estado de salud de don Porfirio: “estamos muy encerrados, solamente vamos al bosque de Boulogne, que está precioso”.

Muere Porfirio Díaz

El 2 de julio, en el número 23 de la avenida del bosque de Boulogne, Porfirio Díaz muere a las 18:32 horas. Al momento de su muerte lo acompañaron su esposa Carmen Romero Rubio Díaz y su hijo, Porfirio Díaz.

“A media mañana del 2 de julio la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente. Se complació oyendo hablar de México: hizo que le dijeran que pronto se arreglarían allá las cosas que todo iría bien. Estuvo un poco con los ojos entreabiertos e inexpresivos conforme la vida se le apagaba”.

El general murió en París, Francia, muy lejos de México, el país que amó y que gobernó durante 30 años.

Una nota publicada por The New York Times sobre la muerte de Porfirio Díaz Mori señala que durante sus últimos días, el general acostumbraba pasear por el Bosque de Boulogne, el cual le gustaba porque le recordaba a Chapultepec.

Porfirio Díaz descansa desde 1921 en el Cementerio de Montparnasse; inicialmente, el expresidente mexicano fue sepultado en la iglesia de Saint Honoré d’Eylau, sin embargo sus familiares lo trasladaron a Montparnasse porque creyeron que su estancia sería provisional, pues tenían pensado trasladarlo a México.

Han pasado 104 años desde la muerte de Porfirio Díaz y sus restos aún permanecen lejos de México.

No son pocos los mexicanos que visitan el cementerio de Montparnasse –en el cual también descansan Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre-, y que dejan recuerdos al general.

Boletos de metro, pesos, flores, estampas de la Virgen de Guadalupe y hasta mensajes en los que le piden que desde donde esté cuide de México, el país por el que el general peleó en decenas de batallas, como la del 5 de mayo en Puebla.

A pesar de que ya pasaron más de 100 años de su muerte, la figura de Díaz aún causa polémica en México; sus detractores lo acusan de tirano y dictador; algunos otros destacan los avances que se dieron durante sus tres décadas de gobierno.

Entre las obras más importantes que dejó el gobierno de Porfirio Díaz se encuentran el Ángel de la Independencia, el Palacio Postal, el Palacio de Bellas Artes, el palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, actual sede del Museo Nacional de Arte, el Edificio Boker, el Teatro Juárez en Guanajuato, el Templo Expiatorio de Guadalajara, entre muchas otras construcciones emblemáticas en México.

La última voluntad de Porfirio Díaz fue descansar en México. Sin embargo los esfuerzos por repatriarlo han sido fallidos. El último intento ocurrió en 2015, cuando se cumplió un siglo de la muerte del general.

Porfirio Díaz amó a México más que a su familia. Esa es la opinión de sus propios descendientes.

Ignacio Díaz Bossero, bisnieto del general, dijo durante una entrevista en 2015 que el general “Quería más a este país que a su propia familia. Para poderlo entender, hay que entender eso”.

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